Afortunadamente ya no se discute que el futuro es renovable. No es una constatación baladí puesto que hasta hace dos días los gerifaltes de las grandes compañías energéticas y sus mamporreros (ya sean ignorantes tertulianos o agradecidos expertos) limitaban el papel de las energías limpias en el futuro a figurar como una guinda de un pastel energético con predominio de las tecnologías fósiles. Y digo bien, hasta hace dos días, ahí está la hemeroteca.
Hoy, salvo penosas excepciones, todo el mundo sabe que el objetivo que nos impone el cambio climático es alcanzar no solo un modelo energético sino una economía descarbonizada, es decir, libre de CO2 y otros Gases de Efecto Invernadero. El debate ya está en el cómo y el cuándo (esta es la batalla del oligopolio) y no tanto en el qué vamos a hacer.
En este escenario parecía muy oportuna la jornada que Es Global organizó el pasado mes de abril con el atractivo título de “La geopolítica de las renovables”. Es sabido que el modelo energético actual, basado en la combustión de fósiles y uranio, no solo es perjudicial para nuestro entorno y responsable del calentamiento global sino una fuente de tensiones, un elemento nocivo en las relaciones internacionales hasta el punto de ser responsable de la mayor parte de los conflictos que se han producido en los últimos tiempos. Esos recursos fósiles están desigualmente repartidos en el mundo y el control estratégico tanto de su extracción, transporte y el lucrativo negocio de la comercialización ha desatado todo tipo de tropelías por parte de gobiernos y grandes corporaciones energéticas.
Si nos dedicamos a emplear la energía que nos envía el sol, la fuerza del viento, las mareas y las olas, el calor que guarda la tierra en sus entrañas o la explotación sostenible de la biomasa obviamente la geopolítica global cambia radicalmente. Y eso precisamente es lo que muchos no quieren que suceda. El primer elemento de esta geopolítica de las renovables es que, al contrario de lo que sucede con el gas, el petróleo o el carbón, los recursos renovables están diseminados por todo el planeta. Acceder a estas fuentes es posible para todos los países, para todos los pueblos, de forma significativamente más igualitaria que hoy con los hidrocarburos.
Como se puso de manifiesto en esa jornada, si el acceso al recurso es universal cabría pensar que la barrera va a ser tecnológica, que podrían replicarse las tensiones internacionales por el control de estas tecnologías que van a permitir transformar el sol o el viento en electricidad, en calor, en frío, o en cualquier otra forma de energía. Algo de razón tiene este planteamiento, pero no empaña el carácter revolucionario de la nueva situación: las tecnologías de uso de las fuentes renovables son infinitamente más accesibles para los países más pobres que las grandes inversiones en infraestructuras e instalaciones que requieren los combustibles fósiles o la energía nuclear. Ese es un elemento que también contribuye a permitir hablar de una nueva geopolítica de las renovables.
En esta transición hacia un modelo descarbonizado y hasta que la generación distribuida (que es el pilar de ese nuevo paradigma) sea mayoritaria, seguirán siendo necesarios los flujos de energía, pero no con una inmensa flota de barcos petroleros que amenazan nuestros océanos o de gaseoductos y oleoductos que surcan el territorio.
Sí, tenemos ante nosotros una nueva situación geopolítica pero las renovables aseguran una mayor estabilidad en las relaciones internacionales además de un mayor respeto hacia nuestro entorno.